sábado, 16 de mayo de 2015

Pasión y moralidad: rehenes de la falacia

Muchas veces estamos escuchando en el último tiempo estas dos palabras: en bares, en las calles, en las discusiones por televisión, en las aulas de estudiantes de periodismo, o donde quiera que uno vaya. Nadie puede extraerse del mundo fútbol, y mucho menos de un River-Boca o viceversa. Pero las justificaciones y las excusas, recaen siempre ante la tergiversación de estos dos términos: pasión y moralidad.


Por un lado, exponer sobre pasión o "folclore" -como lo llamamos en la Argentina-, es tratar de justificar cualquier hecho de violencia que ocurra en en el ambiente fútbol, por esa comprensión del término "pasión" como un grado de superación a la lógica que nos hace salir de nuestras casillas. El momento donde la locura puede desbordar hasta cualquier punto el comportamiento de un ser humano de manera "aceptable", por lo menos desde el punto de vista de aquellos que quieren hacernos tragar un verso que no es. La pasión es el instante donde -hasta de manera patriarcal- el hombre va a la cancha a ver a su equipo y descarga las tensiones que vivió durante la semana en su vida laboral o familiar: por eso mismo, ante un falle equívoco de un árbitro o juez de línea tiene el derecho a arrojarle un encendedor o insultarlo durante los 90 minutos del juego. El folclore, término que suena hasta romántico dentro del mundo fútbol, es el que permite las canciones xenófobas, el racismo, la discriminación, o el deseo de muerte del rival, solo por el hecho de tener una camiseta distinta. Nos permite también, amenazar al hincha contrario y que nadie se sorprenda de lo que estamos cantando. Claro, es "folclore". 
Sin embargo, esta noción de pasión esconde tras de si, una violencia enmascarada, encasillada bajo un término que la legítima y la proclama como un grito de guerra. Si, porque sin dudas lo que pasó el jueves desde la previa hasta el suceso del gas pimienta, pareció más a una guerra que a un simple partido de fútbol. Bajo esta visión que tanto la sociedad como el periodismo invitan a llamar "folclore", se recrudece la violencia interior -de manera más silenciosa- que luego se traduce en lo que todos debemos lamentar: la muerte de un hincha de Lanús en La Plata, un fanático de River acuchillado en la propia cancha, el drone, el gas pimienta, o los 100 tiros vividos en Bajo Flores antes de un clásico San Lorenzo-Boca por una interna política y los negocios de las barras bravas. Y aunque estos casos parecen simples ejemplos de hechos delictivos generados por el núcleo duro que tienen todos los equipos, no escapa a la complicidad del hincha "común". Aquel que desde su lugar acompaña a los violentos con sus cánticos, que los aplaude al ingresar, o que muchas veces se convierte en propio agresor, como ya se expuso, tirando un encendedor, o simplemente no deteniendo al que está apunto de agredir al rival sin medir consecuencias, y convirtiéndose en cómplice. El "folclore" es promotor de la violencia desde el lado romántico del término. 

Por otro lado, se ha vuelto palabra de toda frase la "moralidad". Y nos preguntamos ¿A que se quieren referir con "ahora son todos moralistas"? Cae de maduro que darle ésta utilización es una mera fantochada justificadora de los actos delictivos que se viven a diario en el fútbol argentino o en la sociedad. Y decidimos tomar el ejemplo desde ambos puntos:
en el caso actual, el uso de la "moralidad" lo toma sobre todo aquel hincha de Boca que trata de defender a sus colores desde la falsa noción de "pasión" que imposibilita ver la dimensión y gravedad del caso. Acusar a otros equipos por problemas del pasado y que no han sido sancionados -cuando los equipos no son quienes deciden sus propias sanciones-, o criticar al resto de las personas señalándolas porque "alguna vez vos también cantaste", es recaer en un argumento bajo y sin sostén. Pero lo mismo pasa en los problemas de la sociedad, y acá va el ejemplo certero: cuando un joven atropella a 6 chicos, dejando un saldo de 2 muertos, con el atenuante de venir a 127 km/hs, alcoholizado, corriendo picadas, muchos defienden que no critiquen o tilden de asesino al autor del hecho, simplemente por la idea de no ser "moralistas". El argumento de estos "paladines" de la defensa cae en acusar al resto en general de no ser falsos ya que "todos alguna vez superaron el límite de velocidad", o "quien no habrá tomado alguna vez y salido a manejar", dejando de lado nuevamente el problema real: 2 muertes por una infracción a las leyes.  
¿Y por qué entonces criticamos a aquellos que usan a la moralidad como un factor determinante para bajar penas o no poder ser críticos de una situación? Por lógica: que un caso anterior de violencia dentro de una cancha no haya generado una sanción ejemplar para un equipo, no quiere decir que nosotros no aplaudamos el día que las instituciones tienen decisiones fuertes y comprometidas, dando así una sanción ejemplar. Lo mismo en el caso de la justicia: que un caso de picadas anterior no haya generado una pena tan grave, no justifica que nosotros seamos críticos de una pena acorde al hecho sucedido ¿Acaso esta mal sancionar a quienes cometen un delito? ¿O decidimos nosotros también ser cómplices de estos actos por no ser "moralistas"? 
Por último, y sin temblar ni por un segundo el pulso, decimos que estamos seguros que todos deseamos una justicia más igualitaria, que actúe con los mismos parámetros ante los hechos de gravedad que vivimos a diario, y que no existan las condiciones económicas o de popularidad a la hora de pensar una sanción. Pero mientras no sea así, nosotros elegimos no tomar de rehenes a estos términos para utilizarlos como se deben. Quizá para algunos, en este momento, estemos siendo moralistas... nosotros preferimos no avalar a la violencia.