jueves, 7 de julio de 2011

Locos por lo antiguo.

Corría el año 2092, y el sistema seguía vigente. Mis calles estaban más arriba y los bodegones habían pasado de moda. Ya no necesitábamos quejarnos por los desechos de basura arrojados en la vía pública. Sin embargo los basurales crecían como así también los desechos industriales. Pero mi ciudad ya no era como aquella de mi juventud, ya no era un Haedo común, ni un Monserrat alterado, era más parecida a un París que hace años atrás pensábamos que sería inalcanzable.
Los tiempos habían cambiado y, la tecnología era la que dominaba a las personas. Sí, ya no parecía un país del norte ni una unión la que cargaba con las riendas de la tierra. Es que los nuevos aparatos electrónicos ahuyentaban cada vez un poco más, a las prácticas más comunes e importantes del ser humano: el pensar racionalmente.
Sus cerebros se habían marchitado, porque el marketing publicitario había encontrado las nuevas fórmulas para entrar en la psiquis humana y controlarla para lo que quería. Ahora éramos muchos menos los que nos manteníamos a salvo.
La gente se sentía más cerca si hacia el “amor” por teléfono o de otras maneras, que estén alejadas del roce de la piel. Enamorarse solo sería por internet. Sin embargo ya no existía Facebook, ni Twitter, todo el sistema estaba “mejorado”.
Las máquinas ya superaban la inteligencia de su propio creador: el hombre. Es que este, como ya dije, ya no pensaba. Era consumista, capitalista, materialista, pero casi diez veces más que en aquel octubre final que recuerdo de hace unas décadas atrás.
Las presiones mundiales, dada por la simultanea creciente de países subdesarrollados, habían cambiado el rumbo. Más allá de las máquinas, nosotros, como Sudamérica, parecíamos ser quienes dirigíamos al Mundo. Es que las grandes potencias se desplomaron en un crudo invierno de aquel pasado 2044/2045.
Mi Sudamérica querida era quien hoy le tocaba destruir al mundo: por ser dueña de las riquezas más grandes en tanto a lo natural. El hambre y el frío habían aniquilado a los países de Europa. Esto me hacía recordar a una batalla muy conocida a mitad del siglo XX, y por lo bajo hacia que yo me riera de la idiotez del hombre: tropezar dos veces con la misma piedra.
Sin embargo las batallas no eran iguales que en aquellos épocas. El cuerpo a cuerpo había dejado de existir hace más de dos siglos y ya solo manejaba a la victoria la tecnología, aplicada a la estrategia.
La tierra solía ser más igualada entre los países, pero las clases sociales siempre estaban marcadas. Parecía no tener fin aquella frase que la sociedad misma creó: “Para que hayan ricos, deben haber pobres”. La diferencia con el principio del siglo XXI es que la brecha entre estos grupos era mucho más amplia y, que el pueblo ya había quedado sin fuerzas para seguir luchando.
Ya no sé si podíamos hablar de “caretas” o de corruptos, ya desconocíamos nosotros mismos al ser humano. Pero también valía admirar (para bien o para mal), los cambios que habían ocurrido. Quizá así podríamos prevenir algunas cosas.
Yo recuerdo que hace poco tiempo atrás, me senté en uno de esos bares cibernéticos que hay ahora y me pedí un café. En ese momento posé mis hojas de papel, que tenía guardadas conmigo como si fuesen una especie en extinción, saqué un lápiz y comencé a escribir. Por supuesto que iba a criticar a la sociedad pos-moderna de aquellos pasados años del 2011 lejano. Ya por estos años nadie escribía críticas: los ideales revolucionarios habían muerto en el camino de la tierra.
Sin embargo nada sería normal para mí esa tarde, ni para nadie. No me dejaron escribir como a mí me gustaba, pero creo que sería mejor contarles:
Un muchachito entrometido, como era característico de esta sociedad, era totalmente maleducado. Este se me acercó y tuvimos un diálogo:
- He, ¿no le parece que es un poco antiguo eso que utiliza abuelito? – me dijo de mala manera y con cara de desprecio. – No, y creo que eres un mal educado – le respondí con todo el respeto, aunque enojado por lo que había dicho aquel joven. Este me miró y me dijo – modernízate anciano -. Yo me reí, y no le seguí dando charla, por lo que decidió retirarse muy enfadado. Con este inconveniente de por medio, no tomé por finalizado mi trabajo y seguí con lo que estaba haciendo.
Al rato, vi que aquel muchacho me había estado observando y señalando mientras hablaba con otro hombre más grande. No tuve que esperar mucho tiempo más para recibir una ingrata sorpresa: unos señores, que no comprendo si eran policías o psiquiatras, se acercaron a mí, y con pocas palabras que cruzamos, decidieron llevarme con ellos.
Ingresé con los ojos tapados, como si fuese un terrorista o un asesino serial a un pabellón que decía: “locos por lo antiguo”, y allí me dejaron tanto pero tanto tiempo que ya no se en que año ni en qué lugar estoy.
Pero ayer me pasó algo extraño: alguien me preguntó en el bar cibernético de siempre por el “papel” de aquella tarde que no recuerdo y, le dije: - ¿Papel? Lo lamento, no sé de qué me habla-. Pero el hombre insistió: -donde usted escribía antes, con un lápiz, de mina-. Pero yo seguí sin entenderlo y, con cara de desprecio, decidí mandarlo a aquel pabellón oscuro, para que este un largo rato reflexionando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario